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viernes, 5 de junio de 2015

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Memoria de la Resistencia Soberana


Por: Moravia Peralta
 
Nicolás Maduro -en el Contacto de la primera semana de junio de 2015- alertó sobre la posible pérdida paulatina de la conciencia de clase, que como consecuencia de la guerra económica, podría empezar a sufrir el pueblo chavista. Y llamó a la lucha contra ese flagelo, que haría retroceder los logros que ha tenido la Revolución Bolivariana, no sólo para el pueblo venezolano, sino para la humanidad entera.

Fue a esa vertiente del trabajo revolucionario que siempre apuntó ese “de los nuestros” -José Ignacio Taibo dixit- llamado Eduardo Galeano. ¿Qué tiene que ver Galeano con la ideologización de la que hablaba Maduro? Veamos.

El capitalismo no es un modo de hacer política, ni es una forma de pensar, al menos no en sus orígenes. El capitalismo es el mecanismo como se lleva a cabo el intercambio de la producción de bienes materiales, desde cierto momento de la baja edad media europea en adelante. Y Marx descubrió que -tal como los anteriores- dicho modo de producción tenía -ya para mediados del siglo XIX- un comportamiento tan macabro, que acarreaba en sí mismo la semilla de su propia destrucción.

Las conclusiones de Marx y Engels fueron inicialmente leídas y socializadas por los revolucionarios europeos y sus recomendaciones para la aceleración del proceso de su descomposición puestas en práctica. Ahora bien, mientras los obreros tenían que hacer la revolución y a la vez trabajar en las fábricas, los capitalistas podían pagar estudiosos dedicados exclusivamente al desarrollo de tecnologías para la modificación de las condiciones descritas por Marx, a fin de evitar -o al menos demorar- la desaparición del modo de producción.

Ya Marx había previsto ese comportamiento en La Ideología Alemana. Marx describía la ideología como falsa conciencia impuesta por las clases dominantes a las clases dominadas; lo que había que combatir con conciencia DE CLASE. Pero en la primera edición del libro (en los años 30s del siglo XX) el editor confesaba que ese texto fue “comida de ratones” por casi todo un siglo; es por eso que cuando se conocieron sus postulados, las condiciones objetivas ya habían sido cambiadas y el camino a tomar ya no estaba tan claro.

En la actualidad es un hecho que el capitalismo no se define industrial, como en los tiempos de Marx, sino que se considera financiero o financierizado, es decir, cambió para siempre las condiciones que describió el alemán hace dos siglos, haciendo que las recomendaciones diseñadas para dicha circunstancia específica devinieran anacrónicas en la presente.

Además, a partir de mediados del siglo XIX los capitalistas se dedicaron a perfeccionar las formas de ideologización de las clases dominadas, a través de lo que Louis Althusser llamó “los aparatos ideológicos del Estado”, que son la escuela, la iglesia y los medios de comunicación; o lo que Michel Foucault llamó “el biopoder”, compuesto por instituciones como la cárcel y el hospital; o lo que más recientemente William Robinson denominó “el mundo transnacional”, apuntando directamente a las corporaciones globales, que diseñan políticas sobre todos los aspectos de la vida.

Y estos son solo tres de los muchos teóricos que han descrito lo que los capitalistas diseñaron y aplicaron en materia de ideologización, para la sociedad de los siglos XX y XXI. El ser social globalizado tiene como objetivo final el ideal individualista del consumo ilimitado, con la sociedad occidental como supuesto modelo a seguir y con la desaparición de las historias diversas como condición de desarrollo.

Es allí donde entra en escena nuestro periodista uruguayo, que nos enseñó que la conciencia de clase comienza con la búsqueda de las historias verdaderas de los pueblos: lo que él llamó La Memoria del Fuego, que podría denominarse la memoria de la resistencia soberana. Y nos mostró que para contar las verdaderas historias no hace falta estudiar la carrera universitaria (que se llama historia en singular porque promueve un sola historia), sino todo lo contrario; lo que hace falta es la decisión a rebelarse de la opresión; y hace falta una buena dosis de valentía para resistir; y hace falta mucha disciplina para investigar contracorriente; y hace falta sentido del humor para al final no morir de dolor o de vergüenza (lo que suena un poco a ese otro uruguayo de los nuestros, Benedetti).

Galeano nos enseñó que si no investigamos nuestras historias y nos convencemos de ellas, seguiremos creyendo la que nos cuentan, que no es ni de lejos la historia, sino que es lo que nos cuentan que es la historia. Y seguiremos dominados; y seguiremos oprimidos; porque seguiremos creyendo que los héroes son rubios y se visten con cuellos de seda y que como nuestros héroes no son como ellos, sino mestizos y desnudos, entonces no tenemos héroes y tenemos que dejar que nos impongan los héroes dominadores y creer que ellos son los únicos héroes posibles.

Y si eso pasa, los héroes (los de la historia que ellos nos cuentan) seguirán convenciéndonos que el dinero se acumula en las arcas de los ricos, porque ellos se lo merecen, porque se parecen más a los héroes que nosotros, que somos pobres porque somos flojos y por lo tanto nos vestimos con ropa meid in china en vez de lui vuiton y comemos frijoles con arroz en vez de espuma de ostras con huevas de esturión beluga.

Y no es que la historia de los occidentales sea mala (y por cierto mucho menos el caviar ruso); es que esa tampoco es su historia. La historia -esa que nos venden como “la historia universal”- es solo el cuento que los ricos inventaron para tener dominados a los pobres de todo el mundo (los que viven cerca de ellos y los que vivimos lejos), para poder robarnos. Porque aunque el capitalismo haya cambiado, su esencia sigue siendo la acumulación de capital que los ricos consiguen robando a los pobres; y esa situación no se resuelve con una guerra entre los occidentales y los demás (como han pretendendido hacernos creer sus héroes), sino con la lucha de clases: trabajadores contra capitalistas, clases dominadas contra clases dominantes, pueblos contra oligarcas. Y la lucha de clases no consiste en que los pobres matemos a los ricos, sino que matemos al capitalismo.

Es por eso que el llamado de Maduro en su Contacto de esta semana fue el mismo de Marx hace 200 años y el mismo que hizo Galeano en la obra de toda su vida: ¡Pobres del mundo: uníos!

¡Viviremos y venceremos!

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